jueves, 14 de noviembre de 2013

Mi Experiencia en el Bodrum y en el INA Turkey



Omayra Gorostidi Eibar




Mayo de 2012, casi un año después de terminar los estudios de restauración y conservación de bienes culturales. Con tiempo libre extra y unas ganas enormes de trabajar se te ocurren miles de ideas, si tienes valor y voluntad para ponerlas en marcha solo puedes ganar.


Soy sincera: lo que me gusta es viajar, conocer gente y aprender. A tener en cuenta, no tengo mucho dinero. 2+2=4, ¡ya está!  ¡¡Voy a ofrecer mis servicios en centros de arqueología y restauración-conservación subacuática del extranjero!! Lo del extranjero es principalmente porque en España, al ser públicos los museos, necesitas un convenio con el ministerio. Y este papelito se suele demorar temporalmente más de la cuenta.


 
Tenía ahorrado cierto dinero y tenía entendido que en algunos centros te ofrecían el alojamiento gratis. Me puse a investigar. Y la verdad es que la primera en la frente. Conseguí el mail de la directora del Institute of Nautical Archaeology – Turkey, Miss Tuba Ekmekci, y le envié un mail preguntando si era posible ir una temporada con ellos y trabajar en el laboratorio de conservación “Nixon Griffis”. Contestación…. ¡AFIRMATIVO! A partir de ahí, dos mail más para concretar fechas y tutorizaje, así como condiciones (alojamiento por parte de ellos, comida y viaje de mi bolsillo, realización de fichas y trabajos en el laboratorio y en el museo de arqueología subacuática…) y poco más tarde estaba de camino.


Una vez allí, después de un viaje con montones de escalas de avión, barcos, autobuses, nervios, tres idiomas, aduana… todo era perfecto. El emplazamiento del INA se sitúa encima de una montaña cerca de la ciudad, con unas vistas magníficas y unos jardines verdes perfectamente cortados. El edificio central abarca el laboratorio de conservación, despachos, sala de dibujo, biblioteca, zona de húmedos y almacenaje. Las habitaciones se sitúan a 15 metros en otro edificio. A parte, hay que sumar un montón de edificios más por todos los alrededores de la zona en los que hay carpintería, almacenaje de material, almacenaje de los equipos de buceo, piscinas de impregnación y desalación…


Hay bastante gente contratada fija en el Instituto: la directora, los arqueólogos, las restauradoras, la dibujante, la bibliotecaría, los seguratas… A esto hay que sumar la familia de gatos que se reproduce constantemente y la gente de prácticas que va y viene, tanto de arqueología, como de arqueología subacuática, como restauradores. Todos conviviendo juntos en el centro principal. También van y vienen, casi todos los viernes, los magnates, famosos y adinerados que donan dinero y material al museo o que simplemente están interesados en ello. Así que de vez en cuando viene la tele o la prensa para hacer publicidad al respecto y sacar una buena imagen.


El edificio residencia es enorme y hay capacidad para un montón de personas. Varios baños en todas las plantas y una cocina comunitaria para que puedas preparar tu comida. También lavadora. Internet debajo del árbol. Durante el verano suele estar lleno de gente interesantísima y con ganas de currar. Pero a partir de septiembre, cuando todos vuelven a sus respectivos estudios, el edificio se queda solitario. Es confortable hablar con gente de otros países, tanto del trabajo como de placer, y aprender mutuamente el uno de otro.

Era domingo cuando llegué, así que trabajando no había nadie. Tuba vino a recibirme, todo un detalle, y me instaló en la habitación “Cabo Gelidonya” ;-) con otras dos chicas que venían de Texas. Normalmente en estas instalaciones solo vienen estudiantes en prácticas que han estado estudiando en la escuela de Texas. Al día siguiente empecé la jornada y sería así por tres meses más.


El laboratorio de conservación, no os voy a engañar, es bastante viejo y poco práctico. Desde escalones entre caminos, suelos que se levantan, calor, falta de recursos y recursos que no se utilizan, etc. La gente que trabaja en él, gente majísima, pero que a excepción de dos personas las otras no tenían ningún tipo de titulación y habían aprendido el oficio a base de error-acierto y tiempo. Las restauraciones que se llevan a cabo son completas, totales y muy miméticas. La pieza acaba perfecta y la documentación que se saca de ella es completísima. La actuación que recibe un pecio, al parecer, también es más de lo mismo, ¡todo para fuera! Por lo que te encuentras en el laboratorio mesas y mesas de piezas de todos los tamaños esperando a ser unidas entre ellas. Así de piscinas y piscinas con maderas y otros materiales recibiendo diferentes tratamientos.


Yo personalmente empecé haciendo limpiezas mecánicas de cerámicas, pero en cuanto vieron que sabían dónde me movía me dieron curro del bueno. Durante los tres meses que estuve realicé limpiezas en diferentes materiales, catalogaciones, seguimientos de conservación, consolidaciones, adhesiones, reintegraciones estructurales y  cromáticas,  inhibiciones, protecciones, toma de datos, impregnaciones… tanto en el laboratorio del centro como en el laboratorio del museo y en el propio museo del castillo “Museum of Underwater Archaeology”. Fue una pena que me marchara, tanto para ellas como para mí. Hicimos muy buenas migas y el trabajo que realicé fue apreciado. Un beso enorme y un saludo a todas esas mujeres, compañeras y amigas.


La vida en Bodrum, que es donde se sitúa el INA-Turkey, es comparable al “Salou español”. Un montón de turistas, tanto turcos como del norte de Europa que vienen con sus yates y su dinero a gastar y disfrutar de las fiestas y discotecas. La comida es excelente, nunca he probado un mejor arroz-arroz, es decir, sin nada de acompañamiento, solo arroz. Los dulces, la carne… se me hace la boca agua. Y no olvidar las saunas, los bares, ¡la gente! Turcos guapísimos y unos caballeros. ¡Y el mar! Agua cristalina con un montón de vida y abundantes pecios visitables. Qué inmersiones tan maravillosas. Todo en un clima muy mediterráneo.


Los alrededores también son inmejorables, sitios preciosos, patrimonio de la humanidad. Éfesos, Pamukkale, Afrodisias, Hierápolis, Izmir… Vale la pena caminar entre sus ruinas, disfrutar de su ambiente, sentirte pequeña ante tanta grandiosidad, pensar en el pasado y en el futuro, ¡dos mil años! Se dice rápido, pero si calculamos una media de vida de 50 años son 40 generaciones atrás. Qué pasada.


Y bueno… os podría dar información a patadas, anécdotas de todo tipo, experiencias y sentimientos, pero lo único que quiero conseguir con estas palabras es animaros a que abráis puertas y a quitaros los posibles miedos. Qué vosotros seáis ahora los que realicéis el viaje y que nadie os lo tenga que contar. Yo he aprendido un montón, tanto de cómo se deben de hacer las cosas, como de cómo no se deben de hacer las cosas, y no solo en el trabajo, también en la vida. Aprovechar la situación. Adquirir experiencia es esencial. No lo dudéis y dar el paso. Como dice el saber popular “el no ya lo tienes”, así que echarle voluntad y preguntad.


Un besazo para toda la gente que me acompañó en esta magnífica experiencia y toda la gente que la hizo posible. Seguro que coincidiremos de vuelta.





Para cualquier duda, comentario, solicitud de mails, etc. os podéis poner en contacto con migo en el mail: omayra.ge@gmail.com











































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