Ana Parres
“Me sería imposible pintar despacio al aire libre, aunque quisiera.
No hay nada inmóvil en lo que nos rodea.
Mira bien: el mar se riza a cada instante;
la nube se deforma al mudar de sitio;
la cuerda que pende de este barco oscila lentamente;
ese muchacho salta para evitar las olas;
aquellos arbolillos doblan sus ramas y tornan a levantarse…
Pero, aunque todo esto estuviera petrificado y fijo, bastaría que se moviera el sol,
lo que hace continuamente, para dar diverso aspecto a las cosas.
Aquellas montañas de lejos ya no son lo que eran hace un momento.
Hay que pintar deprisa. ¡Cuánto se pierde, fugaz, que no vuelve a encontrarse!”.
Siempre he considerado que Joaquín Sorolla era el pintor del mar. Si hablamos de playas, de pescadores, de barcas, de mujeres y niños jugando, irremediablemente pensamos en el artista valenciano.
Su afición temprana por las vistas marinas y su preocupación por la luz, hicieron de sus obras una representación veraz de la naturaleza. Una suma de temas costumbristas y marineros.
Su afición temprana por las vistas marinas y su preocupación por la luz, hicieron de sus obras una representación veraz de la naturaleza. Una suma de temas costumbristas y marineros.
Marina. 1880
Centrado en sus inicios en cuadros de temática social
y la vida cotidiana, recorrió
España plasmando tradiciones
de diferentes pueblos. Posteriormente desarrolla la mayor parte de su producción artística centrada
en la vida en el mar mediterráneo.
Sorolla llevaba su caballete a las playas valencianas y trabajaba largas jornadas en escenas cotidianas de su Valencia natal. Supo encontrar
en este escenario el encuadre perfecto para dar rienda suelta a su imaginación. Desde sus inicios se decantó por el color y la luz sin demasiado apego a la pintura academicista de su época e hizo del costumbrismo
marino el porvenir de su vida.
La vuelta a la pesca. 1894
En su paleta, los amarillos, los violetas, los cadmios, los azules y esas variaciones del
blanco le sirvieron para definir la gama cromática de su obra. En su pincel, una pincelada larga y expresiva sin casi interpretación del detalle. En sus ojos, los reflejos lumínicos sobre la superficie del mar. Y en sus manos, la energía y rapidez que le llevaron a afirmar que había que pintar deprisa porque no hay nada inmóvil en lo que nos rodea.
No sólo supo captar la magnitud de la luz mediterránea, si no que viajó y descifro con su pincel, la luz y el color de las costas asturianas, donostiarras
y vascofrancesas. Adaptó su paleta a las condiciones
locales introduciendo los violetas y los malvas y captando la suavidad y delicadeza de la luz del norte en contraposición con la valenciana.
Instantánea, Biarritz 1906
El rompeolas. Donostia. 1918
El objetivo del artista no era otro que fijar la luz y el color de la realidad y siempre volvía en búsqueda de su tierra que le ofrecía el colorido, la luz y la libre pincelada que sólo le daban las aguas mediterráneas.
Paseo a orillas del mar. 1909
En su etapa final Sorolla volvió a reinterpretarse para hacer de los signos de identidad valencianos nuevas composiciones más expresivas, concisas y reales. Expresó en esta época, enfoques originales de sus temas de costumbre donde el color y la luz seguían siendo los protagonistas. Para él, esta última etapa fue una etapa de mucha satisfacción donde el regionalismo valenciano
le acompañó hasta el final.
Sorolla creó un vocabulario artístico de signos de identidad valencianos, de símbolos visuales de su tierra pero sobre todo del mar. Fue sin duda el más puro legado
impresionista. Grandes escenas de playa donde demostró una irresistible pasión por la
luz
y el color.
A Sorolla le gustaba pintar en el mar.
A Sorolla le gustaba pintar en el mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos un comentario.
¡¡Gracias por participar!!