jueves, 31 de octubre de 2013

Davy Jones y "El Holandés Errante"

Fernando Saulnier



Compadeced a aquellos que no teman al mar.

Aquellos cuya vida esté anclada de una u otra manera a los dominios de Poseidón saben que los mares y océanos no son precisamente las aguas mansas que muchos ignorantes se piensan después de saltar cuatro olas en la playa.

Quines se hayan adentrado en aguas profundas lidiando con la tempestad y los vientos traicioneros, o hayan podido ver un muro salado de azul y blanco alzarse ante ellos, saben a lo que me refiero.

Muchos son los marineros que aprendieron a respetar las aguas demasiado tarde, muchos fueron los que probaron suerte y desafiaron a una de las mayores fuerzas de la naturaleza. Y aquellos con la suerte de vivir para contarlo fueron horados con una visión, la de que somos seres minúsculos en el universo, tanto como las gotas de agua de esos océanos.

Del miedo al mar y de las aventuras y desventuras de los que se arriesgan en sus aguas surgen las leyendas de cuanto mora en él.

Podríamos hablar de famosos dioses, criaturas y héroes relacionados con él mar. Sin embargo hoy hablaremos de dos nombres no tan conocidos, pero que probablemente sean la mejor representación del propio espíritu de los océanos.

Hoy nos sumergiremos un poco más profundo de lo que estáis acostumbrados, si cabe. Os invito a adentrarse más allá de los cotos de caza de las barracudas o los escualos, a ignorar la oscuridad de las grutas de las morenas, y a buscar en los miedos de aquellos que quedan en tierra aguardando a que sus seres queridos regreses.

Hoy hablaremos de Davy Jones y de "El Holandes Errante"

Davy Jones debe su existencia a las leyendas de marineros y piratas, desde mucho antes que su nombre hiciera eco en su aparición en las secuelas de "Piratas del Caribe".
Se puede confirmar su existencia anterior a estas películas en relatos de piratas, y otros libros de aventuras como Moby Dick y el relato "El Rey Peste" de Edgar Allan Poe.
Davy Jones es un espíritu del mar, quizás "el" espíritu del mar, si me lo permitís. Un demonio de leyenda que se adueña de aquellos que caen en sus aguas. Algunas de sus leyendas hablan que esta criatura fue una vez humana, un galés cuyo nombre deriva de "Duffy Jonás", siendo Duffy una antigua palabra usada por tribus africanas para designar a los espíritus o fantasmas.

Habitualmente, en la tradición marinera, mitología escandinava sobre todo, se han hecho referencias a "Davy Jones" como "Davy Jones' Locker" ("el armario o cajón de Davy Jones") que era como se referían al abismo del fondo del mar; cuando un marinero caía por la borda y desaparecía o moría en el mar se solía decir que había ido a parar al "armario de Davy Jones".

Y no sólo eso pues Davy Jones controlaba al resto de demonios que habitan los mares. En las dos primeras secuelas de "Pirates del Caribe" esto queda demostrado con la aparición del Kraken.

Por otro lado, según la leyenda nórdica, el capitán del Holandés Errante (The Flying Dutchman, que traducido literalmente viene a decir "El Holandés Volante") fue un burgués de Holanda llamado Willem van der Decken, quien hizo un pacto con el diablo para poder surcar siempre los mares sin importar los retos naturales que pusiera Dios en su travesía. Pero Dios se entera de esto y en castigo lo condena a navegar eternamente sin rumbo y sin tocar tierra, por lo que recibe el nombre de "Holandés Errante". Esto es algo muy parecido a lo que le pasó al héroe griego Ulises quien desafió a Poseidón, dios de los mares, por lo que éste le obstaculizó su viaje de vuelta a Ítaca, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otro momento.

Existe una ópera de Wagner del mismo nombre "El Holandés Errante", que permitío aumentar su popularidad unida a un nuevo añadido de la historia: se le permitió pisar tierra cada 7 años para encontrar una mujer que quisiese compartir el mismo destino; si la encontraba la maldición desaparecería.

En las películas de "Piratas del Caribe" se han unido las versiones reales del mito con la trama. Davy Jones y el Holandés Errante quedan unidos en un mismo destino que encierra y mezcla todas las leyendas del mito. Convirtiendo a Davy Jones en el temido y casi inmortal demonio de los mares y dando a su fantasmagorico barco el nombre del Holandes Errante.

Así pues respetad las aguas pues el destino que aduarda a quienes perecen en ellas llega entre la tempestad a traves de la carcajada de Davy Jones, el demonio de los mares.

lunes, 21 de octubre de 2013

Patente de Corso: A Despecho del Inglés


domingo, 28 de mayo de 1995.





Históricamente me caen muy gordos los ingleses. Sé que tras esta afirmación no tendré más remedio que batirme en duelo con Javier Marías, pero un caballero debe sostener sus palabras en el campo del honor. Aunque después la vida lo lleve a uno por otros derroteros, y lo convierta más bien en caballero de fortuna, el arriba firmante fue educado, cuando jovencito, para caballero a secas. Así que tendré que tirar de florete, o de sable -la pistola es una vulgaridad- cuando mi vecino de página, que es anglófilo hasta el tuétano, me envíe los padrinos. Como ambos tenemos más o menos la misma graduación y hemos servido en el mismo Cuerpo de Ejército, no habrá impedimentos técnicos, espero. Aún no sé quién hará de teniente Candy y quién de teniente Kretschmar, pero eso lo iremos viendo sobre la marcha. A primera sangre.



Me desvío del tema. Les contaba que, para quienes somos mediterráneos y de Cartagena, por aquello del mar y de la Historia el inglés siempre ha sido el enemigo. Ya saben: Mahón, San Vicente, Gibraltar y todo eso. Tampoco me gusta cómo escriben sus libros, cuando van y te cuentan que en Trafalgar lucharon contra la escuadra francesa y contra algún barco español que también pasaba por allí; o que durante la guerra peninsular fueron ellos quienes se comieron sin pelar a los franchutes, mientras las guerrillas españolas se limitaban a llevarles el botijo. Tampoco me gustan sus películas de piratas, ésas que les hacían los mamporreros de Hollywood, con mucho filibustero elegante y patriota, y los españoles siempre de gobernadores malos con sobrina guapa y pinta de mexicanos.



Eso sí, reconozco una cosa: saben ser soldados y pelear. Lo que no es bueno ni malo, sino un hecho objetivo. Y no sé cómo se las arreglan los generales y los políticos y Su Majestad la Queen, pero cada guerra la toman todos a modo de asunto personal, como el fútbol. Crueles e implacables, denunciando el juego sucio cuando no son ellos quienes lo practican, con las novias agitando los sostenes a modo de despedida cuando se van a las Malvinas, o al Golfo, o a defender a la madre que los parió. Supongo que la cuestión estriba en que saben hacerse respetar. Cuando cubría la guerra de los Balcanes, los únicos cascos azules que se la jugaban por mi acreditación de Naciones Unidas eran los británicos, que me llevaron a través de Vitez y Gorni Vakuf pegando cebollazos a diestro y siniestro, mientras los españoles se disculpaban diciendo que en Madrid les habían ordenado que no se mojaran ni por periodistas ni por nadie.



Todo esto viene a cuento para que las cosas queden claras, ya que voy a recomendarles un libro. En realidad no es uno, sino varios, de cuya lectura he obtenido -y espero seguir haciéndolo mucho tiempo- un placer inmenso. Se trata de una serie sobre las aventuras de la Armada inglesa, escrita por el irlandés Patrick O'Brian, que en Gran Bretaña y Estados Unidos, creo, lleva una docena de títulos de los que en España, hasta ahora, hay publicados dos: Capitán de mar y guerra y Capitán de navío. Y se los voy a recomendar por varias razones. La primera es que siempre he considerado el mejor regalo descubrir a otros un libro hermoso que no conocen. La segunda, porque son novelas escritas a la manera de antes, como siempre se escribieron, con batallas navales y el Mediterráneo en tiempos de Nelson, y temporales y abordajes, y astillas que saltan por cubierta, y buques corsarios, honor y brutalidad, con el capitán Jack Aubrey y su amigo, el doctor Maturin, convirtiéndose, página a página, en personajes entrañables e inolvidables. En amigos eternos para lectores de limpio corazón, como d'Artagnan, Ned Land, Emilio de lioccanera, Ojo de Halcón, Jim Hawkins, Sherlock Holmes y el doctor Watson o los Pardellanes. Nombres e historias que son puertas abiertas a la aventura más accesible del mundo: la que se alcanza con sólo pasar las páginas de un buen libro.



Hay una tercera razón, más personal. Descubrí esas historias hace poco, y en ellas reencontré un placer que creía agotado: sumergirme en la pasión de una historia fascinante y que aún no me había contado nadie. He sido muy feliz con las dos novelas del capitán Jack Aubrey, y deseo seguir siéndolo. Y como leo fatal en inglés, quiero que tengan éxito, y las compre mucha gente, y la editorial haga que se traduzcan y publiquen aquí todas. Y que yo pueda, durante mucho tiempo aún, amanecer tiritando de frío en el puente la Sophie, dando caza a una vela enemiga que corre bajo un chubasco, en el horizonte, mientras el viento silba en la jarcia y los artilleros destrincan los cañones para el combate.



Arturo Pérez-Reverte

lunes, 14 de octubre de 2013

El Arte y El Mar: El Pintor del Mediterráneo.

Ana Parres 


“Me sería imposible pintar despacio al aire libre, aunque quisiera.
No hay nada inmóvil en lo que nos rodea.
Mira bien: el mar se riza a cada instante;
 la nube se deforma al mudar de sitio; 
la cuerda que pende de este barco oscila lentamente; 
ese muchacho salta para evitar las olas; 
aquellos arbolillos doblan sus ramas y tornan a levantarse… 
 Pero, aunque todo esto estuviera petrificado y fijo, bastaría que se moviera el sol,
 lo que hace continuamente, para dar diverso aspecto a las cosas.
 Aquellas montañas de lejos ya no son lo que eran hace un momento.
Hay que pintar deprisa. ¡Cuánto se pierde, fugaz, que no vuelve a encontrarse!”.



Siempre he considerado que Joaquín Sorolla era el pintor del mar. Si hablamos de playas, de pescadores, de barcas, de mujeres y niños jugando, irremediablemente pensamos en el artista valenciano.

Su afición temprana por las vistas marinas y su preocupación por la luz, hicieron de sus obras una representación veraz de la naturaleza. Una suma de temas costumbristas y marineros.

Marina. 1880


Centrado en sus inicios en cuadros de temática social y la vida cotidiana, recorrió España plasmando tradiciones de diferentes pueblos. Posteriormente desarrolla la mayor parte de su producción artística centrada en la vida en el mar mediterráneo. Sorolla llevaba su caballete a las playas valencianas y trabajaba largas jornadas en escenas cotidianas de su Valencia natal. Supo encontrar en este escenario el encuadre perfecto para dar rienda suelta a su imaginación. Desde sus inicios se decan por el color y la luz sin demasiado apego a la pintura academicista de su época e hizo del costumbrismo marino el porvenir de su vida.


La vuelta a la pesca. 1894


En su paleta, los amarillos, los violetas, los cadmios, los azules y esas variaciones del blanco le sirvieron para definir la gama cromática de su obra. En su pincel, una pincelada larga y expresiva sin casi interpretación del detalle. En sus ojos, los reflejos lunicos sobre la superficie del mar. Y en sus manos, la energía y rapidez que le llevaron a afirmar que había que pintar deprisa porque no hay nada inmóvil en lo que nos rodea.


Sol de la tarde. 1903



Nadadores. 1905


No lo supo captar la magnitud de la luz mediterránea, si no que via y descifro con su pincel, la luz y el color de las costas asturianas, donostiarras y vascofrancesas. Adap su paleta a las condiciones locales introduciendo los violetas y los malvas y captando la suavidad y delicadeza de la luz del norte en contraposición con la valenciana.



Instantánea, Biarritz 1906



El rompeolas. Donostia. 1918

El objetivo del artista no era otro que fijar la luz y el color de la realidad y siempre volvía en búsqueda de su tierra que le ofrecía el colorido, la luz y la libre pincelada que sólo le daban las aguas mediterráneas.


Paseo a orillas del mar. 1909




En su etapa final Sorolla volvió a reinterpretarse para hacer de los signos de identidad valencianos nuevas composiciones más expresivas, concisas y reales. Expresó en esta época, enfoques originales de sus temas de costumbre donde el color y la luz seguían siendo los protagonistas. Para él, esta última etapa fue una etapa de mucha satisfacción donde el regionalismo valenciano le acompañó hasta el final.


Pescadoras valencianas. 1915


Sorolla creó un vocabulario artístico de signos de identidad valencianos, de símbolos visuales de su tierra pero sobre todo del mar. Fue sin duda el más puro legado impresionista. Grandes escenas de playa donde demost una irresistible pasión por la luz y el color. 

A Sorolla le gustaba pintar en el mar.