Rafael Hernandez
Navegar por las
aguas de la madre mar es tanto estar expuesto a su tempestuoso genio, como a la
inmensidad de leyendas que su historia y la historia de los hombres que han
surcado sus aguas, van legando de generación en generación. Esta es una de
ellas, solo una, de las que los hombres de sal oímos y luego contamos, de
taberna en taberna, de casco en casco. Para no perder su memoria.
Se cuenta que el
pueblo de los fenicios expandió su imperio de mar y comercio más allá de donde
ningún otro se había atrevido a llegar. Eso sabemos, porque la memoria no
alcanza más allá. A saber que legión de marinos gobernó esta aguas mucho antes
que los fenicios. Alguien hubo, sin duda, porque esta leyenda ya la oyeron, de
puerto en puerto, ellos mismos.
Cuenta esa vieja
leyenda que hubo una vez una mujer cuya piel olía a mar, de pelo recio y
ensortijado y con los ojos brunos como la tierra que bordea la costas. Cuentan
que vivía en una pequeña aldea de pescadores olvidada en la memoria. Dicen que
poseía el don de las palabras. El don de hablar con animales, hombres y cosas
de forma tal que las sencillas palabras, escuchadas de su boca, eran
simplemente eso, palabras sencillas, esas que curan el animo y dan valor en los
momentos difíciles. Esas palabras tan costosas de aprender.
Cuentan como un día
su pueblo se vio amenazado por la furia de una tempestad como no había ocurrido
nunca. El viento se abatía queriendo arrancar las casas de sus cimientos, la
lluvia fuerte y gruesa, amenazaba con inundar calles y casas en poco tiempo y
rayos y truenos les hacían temer por sus vidas. El pueblo, temeroso, se
resguardaba en los rincones oscuros y más seguros de sus viviendas. Unos
rezaban a sus dioses, otros los maldecían. Todos imaginaban lo peor para si
mismos.
Entre ellos,
la mujer que poseía el don de las palabras, no sentía miedo. Escuchaba. Desde
el comienzo de la tempestad estuvo escuchando, algo que los demás no podían.
Cuando la tempestad llegaba a su punto de mayor furia, se le escuchó decir tan
solo, "¡Voy!", y encaminar
sus pasos hacia la montaña más alta del lugar. Un tiempo después la vieron allá
a lo lejos, de pie sobre la cumbre. Por los rayos cayendo a su alrededor,
vieron sus brazos elevarse hacia las alturas, gesticulando como hacemos cuando
estamos hablando con los demás. "¡Está
hablando con los elementos del cielo!", dijeron para si los aldeanos. "¿Acaso unas palabras lograran que pare
esta tormenta?", se oyó decir a uno…
Era verdad. La mujer
le hablaba a los dueños del viento, del rayo, del fuego y de la lluvia. Y
cuentan que no solo logró apaciguarlos, si no que quedaron cautivados de tal
modo por aquellas palabras, que, antes de marchar, le hicieron prometer a la
mujer que acudiría a charlar con ellos mas de una vez. Así lo contó la mujer a
su vuelta cuando la tormenta hubo pasado. "¿Y
como sabremos cuando quieren ellos hablar contigo?", preguntó un niño
al que su curiosidad hizo sentirle avergonzado ante sus mayores. "Por que primero -respondió la
mujer poniéndose en cuclillas para hablar a los ojos y las orejas de aquel niño
curioso- se reunirán tras las nubes que
rozan la montaña. Y tantos vendrán que veremos como estas se oscurecen con el
peso de tanto personaje. Y después llamaran nuestra atención con el rayo y el
trueno, como hacemos nosotros cuando tocamos a la puerta de quien queremos
ver"
Y el niño primero
alzó la cabeza como hacemos los mayores cuando pensamos gravemente en
algo y después la bajó y dijo; "Si,
tiene razón", pues el recordaba cuantas veces sus padres le habían
repetido que debía llamar a la puerta antes de entrar, pues es de buena
educación. Y puesto que hasta un niño pequeño podía entender esto, los aldeanos
que habían oído incrédulos las palabras de la mujer, tuvieron que admitir que
era una "verdad cierta”, según
la opinión del jefe de aquella aldea.
Desde aquel día y de
forma regular los dueños de los elementos y la mujer se reunían en la cima de
la montaña más alta, para conversar, a veces hasta largas horas seguidas. El
porqué se producía el pequeño milagro de ver que mientras esto ocurría y la
aldea veía llover sobre sus cabezas, el lugar donde la mujer se sentaba,
permanecía intacto por la lluvia, o la nieve o el rayo, es algo que ha quedado
sin explicación y aún maravilla a cuantos conocen la historia. En cambio los
hombres y mujeres de aquel lugar no podían evitar su curiosidad y cuando ella
estaba de vuelta, siempre le hacían preguntas del tipo; "¿De que habláis ahí arriba?", o "¿Que te cuentan ellos?", o bien, "¿Son tan temibles como los imaginamos?", a las que solía
responder con evasivas como; "Allí
arriba se aburren mucho", o,"Hoy han venido a contarme como
riñeron por una partida de bolos, estaban muy alegres".
Y así transcurrieron
las estaciones una tras otra…
Ocurrió mucho
después de empezada esta historia, que la mujer fijó su corazón sobre los ojos
de un viajero y se enamoró. Y a tal punto llegó a enamorarse, que por él
enmudeció y dejó que sus palabras se secaran. Ocurría que el hombre solía hacer
frecuentes viajes por mar que duraban días, a veces semanas enteras. En
aquellas ocasiones la mujer se encerraba en casa y no hacía mas que mirar por
la ventana, buscando sorprender el retorno del hombre que amaba. Cuando esto
ocurría, corría a abrazarlo en el portal , recogía su abrigo, su sombrero
y su equipaje, le hacia descansar junto al fuego, le preparaba una suculenta
comida y durante la misma no hacía otra cosa que acosarle a preguntas sobre el
viaje. El viajero, agradecido por el amor de que era objeto, contaba con
detalle cada hora de viaje lejos del hogar. Ella escuchaba en silencio y entre
su regazo era feliz. Y lo fue durante largos años, tantos como vivió con él,
durante los cuales no volvió a acordarse de las gentes del poblado ni de la
promesa hecha a los elementos.
Los hombres nos
acostumbramos pronto a las cosas. Así la gente se acostumbro a no oír ya
aquellas palabras, ni a ver a la mujer que obraba aquellos prodigios con ellas
y la naturaleza. A lo mas, cuando se acordaban, quedaban pensativos un momento,
tras lo cual decían; "Es
normal" o "Así es la
vida", y volvían a sus ocupaciones, quizás con un poco menos de
entusiasmo. Quienes no olvidaban, en cambio, eran los dueños de elementos,
quienes tenían un capricho y un genio muy cambiantes. Así maquinaron como
podían castigar el olvido de que eran objeto y pacientemente esperaron el
momento más propicio.
Ocurrió cierto día
que el viajero se hallaba lejos del hogar. Los elementos se abatieron sobre su
embarcación, una y otra vez, hasta hacer perder los sentidos al hombre, quien,
cuando la tormenta hubo pasado, se halló tan perdido que, por más que lo
intentó, no pudo hallar el camino de vuelta a casa. Y no es de extrañar pues ya
no recordaba ni donde se hallaba esta. Y se perdió en el horizonte, más allá de
donde alcanza la vista y las cosas y las personas que allí se pierden, no
vuelven a aparecer jamás.
Cuando la mujer se
enteró de lo sucedido aulló de dolor y lloró amargas lagrimas. Nadie supo
explicarle el porque de lo sucedido. Tampoco hizo falta. Al perder al hombre
que amaba, volvió a ser la que había sido, tal como si le hubieran quitado una
venda de los ojos. Supo porque había sucedido y comprendió, aun cuando no
supiera perdonar a los elementos por ello. Desde entonces nunca más dejó de
usar sus palabras y previniendo su muerte, cuando los años llegaran uno tras
otro, pactó con los elementos que ayudan a crecer al hombre, para que algo
bueno quedara de aquella historia y les ayudara al partir ella.
Así, crearon dentro
del hombre una nube de palabras hermosas, que el propio hombre escucha cuando
su pena es grande, o se halla lejos del hogar y de los suyos. Y al morir, a
esta nube los hombres le dieron el nombre de la mujer que tanto bien les diera:
Alma.
Eso cuenta la
leyenda. Y tanto si es cierto como si no, cuando la tormenta azota las
cuadernas y hace crujir la gavias, cuando suena a zafarrancho ante la vista del
aparejo enemigo, o cuando hay que bogar huyendo de una calma chicha como del
diablo, todos los marinos de la madre mar, dan lo mejor de si mismos y sacan
fuerzas de flaqueza a la orden;
-
¡CON
ALMA MARINEROS, CON ALMA!…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos un comentario.
¡¡Gracias por participar!!