Fernando Saulnier
De
seguro podríamos llenar páginas y páginas de entradas con la historia
del submarino Peral. De seguro mis colegas arqueólogos e historiadores
que llevan el timón de este blog tienen cientos de datos sobre ello y me
dan vuelta y media en lo que al nacimiento y carrera profesional de
este objeto característico de Cartagena se refiere.
Es por ello que no voy a cometer la desfachatez de copiar y pegar en
esta entrada las cuatro perogrulladas que pueda leer en la Wikipedia o
en otras páginas webs.
No, desde luego esa no es esa mi intención
en esta entrada. No soy historiador ni arqueólogo, con lo que mi
granito de arena a este blog lo intento aportar con otra perspectiva.
De
modo que me van a permitir utilizar el submarino para invitarles a un
breve viaje, pero no bajo el agua como ustedes estarán pensando, sino
que vamos a utilizar nuestro submarino para viajar en el tiempo y hablar
de un recuerdo que es probable que muchos de vosotros tengáis ahí
guardado en algún rincón de vuestro cajón de las nostalgias.
Muchos
asocian el Submarino Peral al carácter científico de su descubrimiento,
otros lo asociaran a las celebraciones de su equipo de fútbol, pero yo
tengo una asociación más peculiar destinada al submarino cartagenero, y
es que la imagen de ese “pepino gris” no trae a mi mente sino recuerdos
de años pasados, recuerdos de mi infancia, del paseo Alfonso XII (o
paseo del muelle) y por supuesto de la feria del puerto.
Quienes
crecimos en los años 80 y especialmente los que vivimos en el casco
antiguo tenemos el recuerdo de esa lengua de baldosas, asfalto y tierra
sobre la que se extendía la feria de atracciones de Cartagena en los
años 80.
Recuerdo la ansiedad anticipatoria del paseo por la Calle Mayor y la
plaza del Ayuntamiento, pensando en qué coche del circuito Lemans
escogería para mi próxima aventura, mientras que a lo lejos los carritos
de los puestos de la entrada con bolsas de pipas, golosinas y animales
de plástico “Made in China” anunciaban la entrada a la feria.
Y
allí estaba él, custodio de la entrada, frente a otro clásico de la
época, el antiguo edificio del restaurante Mare Nostrum. Rodeado del
sonido incesante de sus fuentes, el submarino Peral contemplaba a todos
aquellas familias en su día de fin de semana.
Todos lo conocíamos
bien. Su forma apepinada, su color gris gastado y el olor a agua de
fuente que despedía a su alrededor.
Era casi un ritual, un saludo al submarino antes de recorrer las
atracciones que allí nos esperaban. ¿Las recordaís? Elegir un tanque o
una moto en el Lemans, desear ser un poco mayor para subirse en el
pulpo, prepararse para robar la escoba en el tren de la bruja o sentir
el vértigo de nuestra primera montaña rusa en el Dragón.
No puedo
evitar esa asociación, ese nexo de unión entre el submarino y mi
infancia. Historias de Navidad y Semana Santa, de aquellas estaciones en
las que esperabas la llegada de tus primos de Madrid para compartir con
ellos ese pedacito de patrimonio de la tierra y subir con ellos en las
atracciones.
Todos tendremos nuestras historias propias. Pero lo
que es innegable es que ese objeto forma parte de la identidad de
Cartagena y tiene cabida en la historia de todos nosotros.
Cartagena
tiene cientos de lugares emblemáticos y míticos, cientos de trocitos de
historia que confieren nuestro patrimonio y que forman parte de nuestra
propia historia.El submarino es un ejemplo más de ello y por eso hoy me permito evocarlo.
Pero
yo solo les llevo hasta aquí, un pequeño salto en el tiempo, ahora le
toca el turno a su mente y a su recuerdo revivir esas historias de las
que el submarino fue testigo…
¿Y por qué no? Les invito a compartirlas aquí con nosotros.
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