domingo, 16 de noviembre de 2014

Los Galeones de Rande de 1702 (Ría de Vigo, Galicia)



Yago Abilleira Crespo




Aprovechando la reciente publicación de “Los Tesoros de Rande” (www.lostesorosderande.com), de Ramón Patiño Gómez, traemos a escena este hecho histórico y sus consecuencias, poniendo de manifiesto el gran daño que hacen los cazatesoros a nuestro patrimonio sumergido.





La Flota de Nueva España de 1699, por diversos motivos, acabó pasando tres años en América antes de retornar. Debido a diversas causas, la Flota y la poderosa escuadra de guerra francesa que la escoltaba, se dirigieron a Galicia, fondeando al final de la Ría de Vigo, tras el Estrecho de Rande. Sin embargo, una poderosa formación anglo-holandesa de más de 180 barcos que venía de fracasar en un intento de conquistar Cádiz, se enteró de dónde se refugiaba la Flota y la escuadra francesa.


El 23 de Octubre de 1702 tuvo lugar la Batalla de Rande. El resultado fue que todo buque galo o español que no pudo ser hundido o incendiado a tiempo, resultó capturado. Por parte de los franceses, resultaron 6 capturados y 20 hundidos (muchos de ellos pequeños), por nuestra parte, 8 capturados y 11 hundidos. Ello supone una de las mayores concentraciones de pecios del mundo, pues están todos muy juntos.


Siempre se dijo que, cómo no, los galeones españoles estaban atiborrados de tesoros, aunque ahora sabemos que no. Lo mismo para los franceses. Esto provocó que, desde el primer momento, se intentase recuperar la valiosa carga.


Por un lado, la Marina francesa procuraba recuperar de sus barcos todo lo que pudiera ser reutilizable (anclas, cañones, balas, cabos,…), por otro lado, la Casa de Contratación, además de lo anterior, también se interesaba por las mercancías. Sin embargo, los españoles desistieron pronto de los trabajos submarinos, por considerarlos ruinosos, y decidieron que los hiciese el capital privado, a cambio de un porcentaje y una serie de tasas, comenzando así la larga lista (más de 50) de expediciones de cazatesoros legales y con permisos que vinieron a la Ría de Vigo.



La Batalla de Rande



Las primeras expediciones ya afectaron a los pecios, serrando partes de los mismos y desmontándolos por el método de engancharlos con anclas y tirar como bestias. Salvo un par de afortunados, que recogieron baúles desparramados por el fondo, todos acabaron fracasando.


Ya a mediados del Siglo XVIII, Francia había abandonado sus pecios, por lo que las expediciones podían trabajar en cualquier naufragio. Sin embargo, el abundante fango de la zona va enterrando los restos lentamente, lo que complicaba los trabajos.


Hasta mediados del Siglo XIX, los cazatesoros, por lo limitado de la tecnología de entonces, habían respetado bastante a los hundimientos, pero las cosas iban a cambiar. Alguien dijo que, para ablandar el fango y facilitar el acceso al interior de los pecios, nada mejor que los explosivos. Así que cinco compañías usaron barrenos sin ningún tipo de problema. En el Siglo XX ya no se usó esta técnica bárbara.


Otra cuestión son los reflotamientos. Pasando por debajo de los naufragios una serie de cables, conseguían levantarlos del fondo, gracias a unos cajones con aire e irlos acercando a la orilla. Una vez varado, se solía desmontar todo lo que fuera posible, bien por las compañías, bien por los lugareños cuando el casco quedaba abandonado. Es posible que solo quedase la quilla y el lastre. Al menos 6 embarcaciones fueron reflotadas.


Lo malo era cuando fracasaban. Levantar una nave que lleva siglos sumergida y está llena de fango, agua y arena no es nada fácil. Muchas veces, cuando izaban el buque, la estructura cedía por completo al instante (en los informes hablan de que los barcos explotaban), provocando la destrucción total del pecio y desparramándose todo por el fondo (lastre, cañones, balas, carga, restos estructurales), generando un “microcaos”. Diez buques sufrieron este final.

Una acción del cazatesoros Magen


Pero no acaba ahí la cosa. En el siglo XX los cazatesoros no dudan en usar varios tipos de dragas (de cuchara, chupona, tipo excavación minera,…) que utilizan tanto alrededor de los pecios como encima de los mismos. Yo mismo he recogido testimonios de ancianos que aún recuerdan de niños coger para calentar sus casas la madera que las expediciones echaban a tierra, que la leña estaba podrida, pero ardía bien cuando se secaba.


Salvo alguna honrosa excepción, los informes que los cazatesoros envían a sus inversores únicamente se centran en los objetos de valor. Así mencionan de pasada botijuelas llenas de podedumbre, maderas varias, trozos de cerámica china y muchos objetos más que hoy merecerían un serio estudio. Por último insisten en la facilidad con que los objetos recuperados se deshacen (especialmente los cañones de hierro), pero ello no es inconveniente para que sigan extrayendo indiscriminadamente.



Robert Sénuit, el último cazatesoros de Rande, izando 4 cañones

 Por fin, en el Siglo XX, empieza el interés histórico. La “Sociedad Arqueológica” de Pontevedra trae a dicha ciudad balas, un ancla y un cañón de hierro (interesantísimo, pues es uno de los primeros 36 libras franceses) que una sociedad había abandonado en una finca de Rande. En 1934 el Museo Naval de Madrid intenta montar una expedición, pero su crónica falta de fondos se lo impide. No será hasta 1991 cuando el Gobierno por fin envíe a arqueólogos submarinos, con el escaso presupuesto de siempre. Volverían en 2002 y 2011 con unas cortísimas campañas y se hizo una sonografía y geofísica entre 2007 y 2010.


¿Qué han aportado las compañías de cazatesoros que durante 255 años estuvieron en Rande? Pues sólo algún ingreso al Estado (por las tasas) que difícilmente compensa el coste de la vigilancia y demás. Históricamente, hay que consultar, y mucho, los informes que hicieron (los que los hicieron, que ésa es otra) para obtener algún dato de interés. ¿Y los materiales recuperados? Pues apenas hay unos cañones y anclas, en un estado de conservación lamentable, pero que siguen a la intemperie. Han destruido una Flota de Indias y su escolta francesa buscando un tesoro que fue descargado antes del combate. Salvo dos de las primeras expediciones, no sacaron ni una mísera tonelada de plata cuando, antes del combate se descargaron, oficialmente, 380 toneladas, el grueso del tesoro.


Alguien dirá que esas sociedades dieron trabajo a la gente, y es cierto, los contrataban como mano de obra barata para tareas comunes, pero se olvidan de las grandes deudas que dejaron a los proveedores locales.


Y esto no es todo. Comparando los informes del Gobierno con los que los cazatesoros enviaban a sus inversores, se ve que no cuadran. ¿A quién querían engañar, a sus inversores o al Gobierno? Personalmente, opino que a ambos.


Pero aquí no acaba el asunto. Una expedición “encontró” una moneda de plata… cuyo modelo empezó a acuñarse en 1705. Otra aseguró haber recuperado de un pecio la vajilla de plata de un almirante inglés… pero Inglaterra no perdió allí ningún navío. Que cada cual saque sus conclusiones.


Sirvan los galeones de Rande como ejemplo de lo malo que resulta para un país la presencia de los cazatesoros. Insisto en la cita de “Una nación que no conoce su historia, está condenada a repetirla”.



El autor, estudiando el cañón de Pontevedra

Los tesoros de Rande no son de oro ni de plata, son de madera, de barcos hundidos en el fango, que nos hablan de la transición del galeón al navío de línea. Son tesoros de papel, de una riquísima documentación antigua nunca antes consultada que nos cuenta mucho de aquella época y del comercio con América. Son tesoros culturales, de interesantísimas leyendas de tesoros que atrajeron al mismísimo Capitán Nemo en sus “Veinte mil leguas de viaje submarino”. Son tesoros tecnológicos, que nos hablan de la evolución del buceo para explorar la Ensenada de San Simón. En definitiva, son tesoros que nos hablan de nuestro pasado, tesoros que hay que conservar y dar a conocer.






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