Yago Abilleira Crespo
Fotografías submarinas: Ángel González Roca
Cañón de a
18 libras,
Mod. 1783/84 en el Parque del Astillero de Santander.
La
Magdalena
es el pecio más conocido de la Ría
de Viveiro (Lugo). Está en una zona resguardada, gracias al nuevo puerto, a
poca profundidad y es fácil de bucear. Sin embargo, muy poca gente conoce su
historia.
En 1773 se construyó en Ferrol un nuevo barco para la Armada Real. No se trataba de uno más, si no de un prototipo, un modelo experimental. La novedad consistía en la madera pues se buscaba el modo de impedir el rápido deterioro del casco que sufrían las naves que iban a las cálidas aguas del Caribe. Por ello, se decidió hacer una fragata usando “maderas de ultramar” como la teca que presuntamente era inmune a los efectos de la broma y los teredos. Dicha embarcación recibió el nombre de Santa María Magdalena, debido quizá al barrio de la Magdalena, muy cercano a los astilleros ferrolanos. Fue catalogada inicialmente como fragata de 34 cañones, aunque antes de su pérdida se le artilló con 42 bocas de fuego, incluyendo 10 obuses “Rovira” de a 24 libras y algunas piezas de a 18 libras en sustitución de unas de a 12 libras. Medía 44’2 m de eslora, 13’4 m de manga y 6’7 m de puntal.
La Magdalena, como siempre se la nombraría en documentos oficiales, resultó ser un excelente buque, siendo muy admiradas sus cualidades marineras y su velocidad. Estuvo prestando varios servicios en la Armada, destacando la captura en solitario del lugre corsario inglés Duke of Cornualles, de 10 cañones y 4 pedreros, en 1779, cerca del Cabo San Vicente. Para apresar al veloz incursor, su Comandante, Capitán de Fragata D. Pedro de Leyva, usó el ardid de simular ser un inofensivo mercante hasta que el lugre se acercó lo suficiente. Posteriormente, encontramos a la Magdalena en el bloqueo a Gibraltar de 1782, donde estuvo en aprietos al acercarse la escuadra inglesa de reaprovisionamiento, pues quedó aislada de la formación. En el año de 1805, de infausto recuerdo, nuestra protagonista se encuentra en Martinica, con el combinado hispano-francés de Villeneuve y Gravina, donde remata a la goleta corsaria inglesa Enguita, de 12 cañones. Cuando los franceses invaden Ferrol, en 1809, la fragata se encuentra allí fondeada, en la ría que la vio nacer. El Ministro Mazarredo, tras arduos trabajos, consigue evitar que se ice en ella el pabellón francés, quedándose donde estaba.
Bala de a 18 libras en el pecio
En 1810, con los ingleses ahora como aliados, se decide organizar la Expedición Cántabra. Era, más o menos, lo que llamaríamos una fuerza anfibia formada por soldados que desembarcarían en la costa y buques de guerra que cañonearían las defensas y protegerían a los barcos de transporte. Sus intenciones eran tomar Gijón con un ataque relámpago, para distraer al enemigo y obligarle a sacar soldados de otros sitios para recuperarla; hecho esto, las tropas se reembarcarían y se dirigirían a Santoña (Santander), verdadero objetivo de la campaña. Santoña era un enclave estratégico que amenazaba, no sin razón, en convertirse en un “Gibraltar francés”.
En 1773 se construyó en Ferrol un nuevo barco para la Armada Real. No se trataba de uno más, si no de un prototipo, un modelo experimental. La novedad consistía en la madera pues se buscaba el modo de impedir el rápido deterioro del casco que sufrían las naves que iban a las cálidas aguas del Caribe. Por ello, se decidió hacer una fragata usando “maderas de ultramar” como la teca que presuntamente era inmune a los efectos de la broma y los teredos. Dicha embarcación recibió el nombre de Santa María Magdalena, debido quizá al barrio de la Magdalena, muy cercano a los astilleros ferrolanos. Fue catalogada inicialmente como fragata de 34 cañones, aunque antes de su pérdida se le artilló con 42 bocas de fuego, incluyendo 10 obuses “Rovira” de a 24 libras y algunas piezas de a 18 libras en sustitución de unas de a 12 libras. Medía 44’2 m de eslora, 13’4 m de manga y 6’7 m de puntal.
La Magdalena, como siempre se la nombraría en documentos oficiales, resultó ser un excelente buque, siendo muy admiradas sus cualidades marineras y su velocidad. Estuvo prestando varios servicios en la Armada, destacando la captura en solitario del lugre corsario inglés Duke of Cornualles, de 10 cañones y 4 pedreros, en 1779, cerca del Cabo San Vicente. Para apresar al veloz incursor, su Comandante, Capitán de Fragata D. Pedro de Leyva, usó el ardid de simular ser un inofensivo mercante hasta que el lugre se acercó lo suficiente. Posteriormente, encontramos a la Magdalena en el bloqueo a Gibraltar de 1782, donde estuvo en aprietos al acercarse la escuadra inglesa de reaprovisionamiento, pues quedó aislada de la formación. En el año de 1805, de infausto recuerdo, nuestra protagonista se encuentra en Martinica, con el combinado hispano-francés de Villeneuve y Gravina, donde remata a la goleta corsaria inglesa Enguita, de 12 cañones. Cuando los franceses invaden Ferrol, en 1809, la fragata se encuentra allí fondeada, en la ría que la vio nacer. El Ministro Mazarredo, tras arduos trabajos, consigue evitar que se ice en ella el pabellón francés, quedándose donde estaba.
Bala de a 18 libras en el pecio
En 1810, con los ingleses ahora como aliados, se decide organizar la Expedición Cántabra. Era, más o menos, lo que llamaríamos una fuerza anfibia formada por soldados que desembarcarían en la costa y buques de guerra que cañonearían las defensas y protegerían a los barcos de transporte. Sus intenciones eran tomar Gijón con un ataque relámpago, para distraer al enemigo y obligarle a sacar soldados de otros sitios para recuperarla; hecho esto, las tropas se reembarcarían y se dirigirían a Santoña (Santander), verdadero objetivo de la campaña. Santoña era un enclave estratégico que amenazaba, no sin razón, en convertirse en un “Gibraltar francés”.
Para la Expedición Cántabra se dispusieron de 2.000 soldados españoles, al mando del Mariscal de Campo Mariano Renovales, y 800 soldados ingleses. La escuadra española, estaba formada por la fragata Magdalena (buque insignia), el bergantín Palomo, las goletas Liniers e Insurgente Roncalesa (corsaria) y las cañoneras Corzo, Estrago, Gorrión y Sorpresa, así como varios transportes y embarcaciones menores. Por parte inglesa, se aprestaron 4 fragatas, un bergantín y otras naves.
Cañón de a 6 libras, Mod. 1773, en el
Museo Naval de Ferrol.
El plan se llevó a cabo a mediados de Octubre, con el Invierno ya casi encima. Gijón cayó sin problemas, las tropas se reembarcaron cuando llegaron los refuerzos… y hasta ahí salió como se esperaba. Llegados a la península santanderina, fondearon en sus inmediaciones la mañana del 23 de Octubre pero, esa misma tarde, se levantó un fuerte temporal del NO. Las cañoneras se estrellaron contra la costa, sin víctimas afortunadamente, pero la Magdalena y el Palomo se vieron obligados a picar los cabos de sus dos anclas mayores para hacerse a la mar y capear el temporal. Sin saberlo, acababan de firmar su sentencia de muerte.
La escuadra hispano-inglesa se dispersó por la acción de los elementos, teniendo que volver sobre sus pasos hasta la lucense Ría de Viveiro, punto de reunión preestablecido, llegando las últimas unidades el 1 de Noviembre. Mientras se procedía con las reparaciones y reaprovisionamientos, ocurrió la tragedia.
Restos de madera visibles en el pecio
En la noche del 1 al 2 de Noviembre de 1810 se levantó un fuerte temporal del NE. La Magdalena y el Palomo no tenían anclas suficientes y fueron garreando. La Magdalena acabó encallando en la Playa de Cobas, donde el oleaje la deshizo sin piedad. El Palomo se estrelló contra los acantilados de Sacido, donde aguantó casi hasta el amanecer, momento en que se partió en dos.
La fragata iba atiborrada de marineros, soldados y supervivientes de los naufragios de las cañoneras. Se estima que allí murieron 500 hombres, salvándose sólo 3, lo que le convierte en el peor naufragio de Galicia. En el bergantín, de los 75 que iban, solo 25 vivieron para contarlo.
Restos de madera
visibles en el pecio.
Por
increíble que parezca, ambos naufragios cayeron en el olvido, excepto para las
gentes de la zona. Hubo unos trabajos submarinos en los restos del Palomo
finales del Siglo XIX por parte de una empresa extranjera. El bergantín llevaba
algo de plata para pagar a las tropas, lo que para ciertas mentes avariciosas
se tradujo en un fabuloso tesoro. Parece ser que sacaron 2 cajas con monedas de
plata, poca cosa que ni les debió de compensar los gastos.A principios del Siglo XX se descubrió el pecio de la fragata y se recuperó uno de los cañones más pequeños. Con dicha pieza y un anclote, se levantó en 1934 un sencillo monumento a los náufragos de aquella aciaga noche, monumento que aún perdura.
Monumento
a los náufragos de la
Magdalena y el Palomo en Viveiro.
Y abajo, campanas de la Magdalena en el Museo
Naval de Ferrol.
Posteriormente,
se rescató alguna cosa de la
Magdalena hasta que, a mediados de los años 70, comenzó el
saqueo de los restos de la fragata, llegando a usarse incluso dinamita. El
expolio fue tal que en 1976 la
Armada tuvo que intervenir en el pecio. Con el material
recuperado se abrió el Museo Naval de Ferrol y, aún hoy día, las piezas de la
fragata ocupan la mayor parte del museo, el cual recomiendo visitar. Allí se
pueden admirar desde elementos estructurales a balas de pistola, pasando por la
campana, elementos de vida a bordo, artillería y munición, mosquetes y un largo
etcétera. La mayor parte de los cañones están expuestos en el muelle del
Arsenal de Ferrol, pero se han llevado 2 a Cantabria (Parque del Astillero y Museo de La Cavada), se ha donado un
obús de a 24, modelo Rovira, al Museo Provincial del Mar de Lugo y se han
remitido varios cañones al Museo Naval de Madrid, donde han tenido a bien
exponer un pequeño obús de bronce de a 3 libras. Por
desgracia, después de la Armada,
el pecio siguió siendo saqueado.
Restos de madera
visibles en el pecio.
Pese
a todo el daño sufrido, el naufragio de la Magdalena es uno de los pecios antiguos más
espectaculares de España. La madera, tal y como se preveía, se conserva
sorprendentemente bien. Se han resentido mucho más los pernos de hierro que la
propia madera. El ver roto el costado de un buque del Siglo XVIII, pudiéndose
apreciar el metro que tiene de grosor, es algo indescriptible. Viendo el pecio,
uno realmente se da cuenta de la obra de arte que suponía un buque de guerra a
vela. A pesar de los expolios, aún se ve alguna bala de a 18 libras, restos de
cerámica así como piezas informes, debido a la corrosión y a las concreciones
marinas. La fragata reposa a sólo siete metros de profundidad, pero el fondo es
de fango fino, lo que provoca una visibilidad muy mala, de un par de metros o
menos. Aunque hay una parte que está enterrada, la mayor parte del naufragio
está despejada. Se ruega respeto al bucearlo. En
cuanto al bergantín Palomo, sus restos se suponen en mejor estado. El buque
terminó partiéndose en dos, y la arena y el fango han cubierto el pecio por
completo.
Sobre el papel, ambos buques están protegidos, tanto por la Ley de Patrimonio Histórico (nacional y gallega), como por las leyes relativas a buques de estado. Pero la triste realidad es que absolutamente nadie vigila constantemente ambos naufragios. Los expolios han continuado, incluso recientemente. Añadir que también hemos encontrado aparejos de pesca (nasas y redes) en los restos.
Sobre el papel, ambos buques están protegidos, tanto por la Ley de Patrimonio Histórico (nacional y gallega), como por las leyes relativas a buques de estado. Pero la triste realidad es que absolutamente nadie vigila constantemente ambos naufragios. Los expolios han continuado, incluso recientemente. Añadir que también hemos encontrado aparejos de pesca (nasas y redes) en los restos.
El autor posando junto
al costado de la Magdalena.
Bibliografía recomendada:
- “Memorial
de un naufragio”, Fernando Güemes Díaz, Viveiro 1990
- “Las
fragatas de vela de la armada española 1600-1850”, Enrique García Torralba
Pérez, versión online de Mayo de 2013.
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